Es una novela corta escrita por Franz Kafka (1919), en la que
principalmente se describe un curioso y complejo aparato de tortura.
Cuenta la historia de un explorador que al llegar a una
desconocida isla descubre una colonia penitenciaria en la que no rige tribunal
alguno, sino una sofisticada máquina de tortura que dicta sentencia y ejecuta a
los condenados en cuestión de
horas. La extraña maquinaria es la piedra angular en
torno a la cual gira el sistema penitenciario. Con ello no solo se tortura y
aplica la pena capital, sino además su utilización supone un espectáculo
público.
Se trata de una fuerte crítica al sistema de justicia, ya que las
penas se imponían sin tribunal y garantía alguna, de una forma barbárica. En la
colonia la vida no tenía valor, la existencia se presenta como un elemento que
hay que eliminar de la manera más horrenda posible. El explorador que
interviene en la obra puede tratarse de una suerte de organismo internacional
que ante las precarias condiciones del sistema judicial solo actúa como mero
espectador, sin intentar impedir las pérfidas penas y su ejecución en un
régimen excesivamente represivo y violador de derechos humanos, los ciudadanos
no gozaban de ningún derecho, estaban a merced del torturador de turno. La
reflexión que subyace en la obra es que si las personas no cuentan con
garantías reconocidas (respetadas) y un robusto Estado de Derecho, pierden
paulatinamente su individualidad y dignidad y se convierten en una masa
aplastada y despreciada por quien detenta el poder a la fuerza y amenazando la
vida. Muestra de lo dicho es el siguiente pasaje de la obra:
“El explorador no quería preguntar más; pero sentía la mirada del
condenado fija en él, como inquiriéndole si aprobaba el procedimiento descrito.
En consecuencia, aunque se había repantigado en la silla, volvió a inclinarse
hacia adelante y siguió preguntando:
—Pero, por lo menos ¿sabe que ha sido condenado?
—Tampoco —dijo el oficial, sonriendo como si esperara que le
hiciera otra pregunta extraordinaria.
—¿No? —dijo el explorador y se pasó la mano por la frente—,
entonces ¿el individuo tampoco sabe cómo fue conducida su defensa?
—No se le dio ninguna oportunidad de defenderse —dijo el oficial y
volvió la mirada, como hablando consigo mismo, para evitar al explorador la
vergüenza de oír una explicación de cosas tan evidentes.
—Pero debe de haber tenido alguna oportunidad de defenderse
—insistió el explorador, y se levantó de su asiento”.
Les recordamos que previamente nos hemos referido a las siguientes
novelas de ese autor: (i) El proceso, cuya reseña puedes leer aquí;
y (ii) El castillo, la cual hemos analizado acá.
Puedes leer En la colonia penitenciaria aquí.